Érathis

miércoles, 28 de julio de 2010

¿Cuánto quiero a mi hijo?

Nadie puede negar que vivimos atrapados entre dos “mundos”, el de la casa y el trabajo. Todos queremos ser exitosos y eso tiene un alto precio. No es extraño ver ejecutivos que prefieren estar mañana, tarde y noche en la oficina, portando el cartel de gerentes, poderosos, reconocidos por todos, sintiendo que el tiempo transcurre, con la agenda “apretada” a más no poder ¿Acaso tener la agenda copada significa estar cerca del éxito? Y qué ocurre cuando se apagan las luces de la oficina y es hora de volver al hogar. Para algunos regresar a casa es un momento esperado con ansias; para reencontrarte con la esposa y los hijos… cual historia donde todo es felicidad. Para otros suele ser algo distinto, significa encontrar una realidad de cuentas por pagar, el llanto de los niños, la esposa algo desarreglada, sin maquillaje, esperando relatar, las "buenas y malas del día" con lujo de detalles.

Vivimos en un entorno colmado de modelos a seguir que presionan, a unos más que a otros, por alcanzar el ideal de vida. Recuerdo muy bien los temores que sentía cuando decidimos con mi esposa ser padres, tenía 28 años, se me venían a la mente preguntas como ¿cuánto va a cambiar nuestras vidas? ¿Podré poner en práctica todo lo que mi padre me dijo? Como lo menciona Theodore Dimon Jr. nadie nace sabiendo como patear una pelota o como tocar un instrumento, aprendemos probando y de esta forma sabemos que es lo que podemos hacer. El proceso de experimentar nos permite extender nuestro proceso de comprensión. Vivimos aferrados al logro de objetivos minimizando la forma como lo conseguimos. Experimentar significa darnos la libertad de poder equivocarnos.

En todo este tiempo tratando de ejercer mi rol de padre, puedo decir que he ido aprendiendo de los errores o si lo prefieren generando oportunidades de aprendizaje. En los primeros años, creía que el trabajo era la prioridad y que la familia debería entender que lo hacía por ellos, es más… me enojaba con facilidad cuando tenía que realizar actividades domésticas luego de la oficina. Era inevitable oír las historias de parejas, en las reuniones de algún fin de semana, resaltando las “bondades” de cada uno. Hace poco escuchaba a Tom Peters, el famoso gurú, decir que no debemos tener temor a equivocarnos, que los padres presionamos a nuestros a nuestros hijos para ubicarse en el tercio superior o sacar el veinte… por lo general nos ponemos “verdes”- en alusión a Hulk- cuando no lo logran. La pregunta es ¿acaso todos los que sacan veinte en el colegio o se gradúan en los primeros puestos en la universidad son los que alcanzan el éxito? Seguro que ¡no! y saben por qué, porque “nunca se equivocaron” o creyeron equivocarse y cuando se les presentan los primeros problemas, propios de la vida laboral, se “derrumban”, se les “cae el mundo”.

Decidí ponerle este título al artículo, porque, siempre me preguntado si es posible medir el amor que siente un padre por sus hijos. Muchos me han tratado de convencer que debemos darle"calidad de vida" como compensación por nuestra ausencia en casa… No sé si refieren a la forma en que podemos disimular nuestra escasa dedicación por ellos, yo sigo pensando que “una golondrina no hace verano”. Como lo dije anteriormente, se aprende con la experiencia y uno de los aspectos más importantes en mi vida ha sido aprender a entender a mis hijos, en especial al mayor, ahora en plena etapa de adolescencia. No puedo negar que perdí algo de cabello en esa tarea… tal vez la principal barrera fue no querer reconocer y respetar su libertad (no me refiero a su independencia) la que todo ser humano posee. Los padres queremos imponer nuestros paradigmas, diseñar su proyecto de vida para que ellos logren nuestros anhelos y no los suyos propios.

En la tarea de conocer a mi hijo, tuve que empezar a identificar sus gustos para vestirse, su tipo de música, entender su estado de ánimo. Recuerdo haberlo acompañado al concierto de Iron Maden y Épica, grupos que no gozaban de mis preferencias… y no puedo negar que la pasé muy bien. Hoy puedo decir que de todas las acciones que intenté estas fueron las que mejor resultado me dieron, me permitieron comunicarme mejor, ser más amigo que padre. No exagero con decir que antes andaba pendiente del más mínimo error que cometiera y eso iba en contra de la confianza que debería generar en él. No sé si les funcione exactamente, a quien esté pasando por algo similar, pero si les puedo sugerir que lo intente.

En esta carrera de “Fórmula uno “en la que se ha convertido la vida, tenemos que sacar de ella lo mejor y ello empieza por intentar tomar el timón de nuestra propia vida, para liderar la de tu familia, la de tu equipo de trabajo. Nunca es tarde para reconocer que nos hemos equivocado y enrumbar el “barco”. Nuestros hijos solo estarán físicamente, con nosotros un corto tiempo, el trabajo es un medio para satisfacer necesidades, pero no es el fin. Se trata de entregar los mejor por nuestra familia ¡si!…pero es mejor no dejar que sea tarde para darnos cuenta del tiempo que perdimos… No vaya a ser que sea demasiado tarde… cuando ellos estén de salida, rumbo hacia una nueva vida y nosotros como siempre... creyendo que el tiempo se puede detener o que ellos no han crecido… bueno, ahora creo que pueden tener más claro cuánto quiero a mi hijo y ¿usted ya lo sabe?

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